Historia del hombre: el principio de la humanidad (Parte I)

Pintura de un bisonte en Altamira, España
(Texto de A. R. Ferrarin y Carlos Cid)

Merced a la Historia, estamos en situación de recordar millares de nombres, centenares de hechos; y, en ciertos casos, alcanzamos incluso a conocer las palabras dichas mil años atrás por un gran orador y el plano de una encarnizada batalla, estudiado y desarrollado mil años ha por un egregio caudillo. Pero ni aún la Historia, por benéfica y diligente que sea, llega al grado de salvar el recuerdo de cuanto en el mundo haya acontecido.

Una historia sin héroes

Mientras podemos recordar el nombre de un héroe o un hecho, estamos, por decirlo así, en el campo de la Historia. Los modernos hombres de ciencia no han renunciado a avizorar islas luminosas en el gran vacío de lo que se ha convenido en llamar Prehistoria, que es algo así como la historia de lo ocurrido antes de la Historia, y han inspirado su labor en la de otra categoría de investigadores: los arqueólogos.

El hombre sobre la tierra

Son varias las ciencias que estudian la Prehistoria, y, entre ellas, destacando las más importantes: la Geología, que tiene la especial misión de estudiar cómo se ha constituído la Tierra y cómo han actuado sobre su corteza las diversas Eras, contraseñadas por la gran revolución en la que el agua y el hielo lucharon contra la tierra hasta que el Mundo adquirió el aspecto que ahora presenta; la Paleontología, que investiga el desarrollo de la vida animal sobre la corteza terrestre, y la Prehistoria del hombre, que limita sus indagaciones al más ilustre de cuantos seres pueblan el mundo: el Hombre.

En busca del hombre

Cráneo de un homo-floresiensis
Cuando se descubren restos humanos, la primera investigación que verifica el estudioso es la referente a la forma de los esqueletos, particularmente la de los cráneos, para establecer a qué raza pertenecieron los hombres que dejaron el recuerdo de su propia osamenta. En ocasiones se trata de razas muy similares a los tipos aún hoy vivientes; pero, las más de las veces, si se trata de razas ya extinguidas o que, a través de los siglos, han modificado su aspecto, aparecen hoy enteramente distintas. Por eso, los especialistas han adoptado el criterio de darles el nombre de la localidad donde por primera vez se descubrieron restos de este tipo: de aquí que se hable del "hombre de Cro-Magnon", del "hombre de Neanderthal", etc.

Las edades prehistóricas

La materia que los hombres empleaban más corrientemente en la fabricación de armas y utensilios es la que, desde el punto de vista humano, dio nombre a las diferentes edades de la Prehistoria. Éstas se han ordenado en su sucesión cronológica: la Edad de la Piedra, la del Cobre, la del Bronce y la del Hierro.

Piedra del Paleolítico
La edad de la piedra abarca un período larguísimo; y los hombres de ciencia han creído oportuno subdividirla en dos grandes períodos. El primer tiempo se llama de la piedra tallada, o, con palabras griegas, Paleolítico (piedra antigua); el siguiente, de la piedra pulimentada o Neolítico (piedra nueva).
Piedra pulimentada del Neolítico













El Paleolítico se divide, a su vez, en Paleolítico inferior y en Paleolítico superior, y se separa del Neolítico por un período de transición llamado Mesolítico (industrias intermedias entre los útiles de piedra tallada y los de piedra pulimentada). Las demás épocas se prestan menos a subdivisiones, porque los restos que las atestiguan se presentan con relativa homogeneidad.

Nieves y glaciares

Durante la época que los geólogos llaman Cuaternaria, el hombre hace su aparición sobre la corteza terrestre, durante el estadio que se llama Prechelense. Por motivos aún ignorados, los glaciares descendieron hasta las llanuras que se extienden hasta el pie de los Alpes.

Tal vez, a la par que el garrote o la maza de madera, la primera arma de piedra fuese la que los eruditos llaman el "hacha de mano": un trozo de sílex groseramente tallado, que se cogía directamente con la mano.

En el Abbevilliense (de Abbeville, Francia) el clima se hizo más suave en Europa, mientras que durante el Achelense (así llamado por los descubrimientos hechos en Saint-Acheul, Francia) se recrudecieron los grandes fríos. Los animales que no pudieron resistir tales rigores emigraron hacia el Sur; pero el hombre, que desde hacía tiempo sabía defenderse del frío, permaneció, protegido por abundantes pieles, en compañía de los grandes animales: los ciervos, los renos, los bisontes, los osos y aquel gigante, pariente del elefante, que se llama mamut. Permaneció y continuó obstinadamente su trabajo infantil, del cual había de nacer la civilización humana. El resto de los utensilios de este período señala un leve progreso sobre los de períodos anteriores, y el número de estos adelantos es bastante considerable, aunque son escasos los restos de osamentas humanas. La obra ha sobrevivido al artífice.

Silueta de mano primitiva
El hombre de las cavernas

El período llamado Musteriense (de la caverna francesa de Le Moustier) está caracterizado por el recrudecimiento de los rigores del invierno. El hombre, que en los meses de verano puede vivir aún al aire libre en las selvas, para dedicarse a la caza, durante los larguísimos inviernos se convence de que ni siquiera las pieles que arranca a los animales le bastan ya para proteger su cuerpo del frío; y, para permanecer en el teatro de sus empresas estivales, refugiase en las profundas cavernas abiertas en las laderas de los montes. El hombre ha descubierto su morada: pronto, de la caverna, que él se esforzará por reedificar artificialmente en los lugares más llanos, nacerá la casa. El hombre de la caverna ha dejado, como es natural, más huellas de su paso que el hombre que vivía a la intemperie. Los aluviones del río no pudieron dispersar sus restos, y las cavernas, luego de haberle proporcionado un cobijo contra el frío y un abrigo contra las fieras hambrientas, se convirtieron en su tumba fiel.

Caverna de Altamira, España
En todos los lugares del Mundo se encuentran cavernas ricas en restos humanos y en esqueletos de este período. Las armas y los utensilios de esta época están mucho más perfeccionados que los del precedente, y, junto a ellos, figuran pedruscos aplanados que son los antepasados de nuestros hogares. El fuego se ha convertido para siempre en un elemento indispensable para la vida del hombre, y él sabe producirlo a voluntad, bien sea frotando dos trozos de madera seca, o bien golpeando dos piedras.

Caverna de Ekain, España
De ahora en adelante renuncia a comer la carne cruda y descubre que la llama funde y atenúa el hielo de la larga noche invernal. Acaso también ha advertido que de noche las llamas contsituyen una protección eficaz contra las incursiones de los animales feroces. La punta y el corte de sus armas, se hacen cada vez más agudos y afilados.

Frecuentemente, las puntas de sílex descubiertas muestran en un extremo una ranura que hace pensar en la posibilidad de que les aplicara un mango de madera. Se advierte que el hombre había ya descubierto que un arma larga permite asestar mejor el golpe mortal y, sobre todo, combatir a mayor distancia del adversario, por lo tanto, más a lo seguro. Hemos llegado ya a la lanza.

Típicas herramientas del Neolítico
Se encuentran, también, algunas bolas de piedra que sugieren la idea de que el hombre había inventado un medio, todavía más seguro, para combatir con los animales: la honda, acaso parecida a las boleadoras de los gauchos argentinos, constituídas, como sabéis, por tres pesadas bolas forradas de cuero, atadas con finas correas a un extremo. El gaucho empuña la bola atada a la correa más larga, y tras voltear las otras dos sobre su cabeza, suelta el arma en la dirección deseada, para matar, o más frecuentemente, para detener a un animal.

El hombre de este período ha recibido, por el ejemplar descubierto en un pequeño valle inmediato a Düsseldorf (Alemania), el nombre del hombre de Neanderthal. El hueso frontal de este hombre está poco desarrollado; sus arcos superciliares (el arco formado sobre los ojos por el contorno del hueso frontal) son muy prominentes; los demás fragmentos de su esqueleto, gruesos y más bien cortos, nos revelan que no era muy alto; pero, en cambio, estaba dotado de una fuerza y de una resistencia extraordinarias. Este hombre tenía aspecto feroz, capaz de sobrecoger como si se tratase de un verdadero monstruo.

Cráneo de un neanderthal